Reaprender a vivir (2ª parte)

Dr. Robert Bobert
Dr. Robert Bobert

Immunologist

Así pues, cada uno de nosotros somos el resultado de las experiencias vividas en nuestra infancia, esencialmente. Experiencias forjadas desde la dialéctica de dos factores; nuestra genética y nuestro entorno. Por un lado, nuestro temperamento, nuestra biología, y por otro, lo aprendido de nuestros padres, de la cultura, de la educación, de los sucesos vividos, de los vínculos afectivos… Si esa dialéctica biología/aprendizaje fue de confrontación, inadaptación, represión, incomprensión…, es más que probable que nuestra personalidad se viera dañada y que nuestros pensamientos, motivaciones, emociones y conductas sean problemáticas, y lo serán desde la manera menos grave (neurosis) hasta la más complicada (psicosis). Si, por el contrario, esa dialéctica fue de integración, adaptación, expresión, comprensión…, lo más seguro es que nuestra personalidad se viera favorecida en su desarrollo. En este caso, nuestros pensamientos, motivaciones, emociones y conductas serán positivas y sanas. Si hubo más de lo primero, nuestra vida estará más dominada por el miedo, la desconfianza, la baja autoestima. Si hubo más de lo segundo, afrontaremos nuestra vida con energía, con confianza, con amor…

Teniendo en cuenta esta realidad, cada uno puede ahora hacer memoria y recordar, así sea fragmentariamente, lo que le pasó cuando era niño o niña.  Si nos cuidaron con cariño o con desprecios, si respetaron y canalizaron nuestro temperamento o si nos lo reprocharon y reprimieron, si nos trataron o no con la misma igualdad y consideración independientemente de nuestro sexo, si nos abrazaban y valoraban o si nos miraban con indiferencia.

Y esto, no con la intención de culpabilizar a nuestros padres, que probablemente fueron educados, en su tiempo, de la misma manera en que nos educaron a nosotros, y que fueron víctimas de sus propias experiencias y circunstancias personales y sociales. Se trata de saber, de comprender, de explicar…, aunque el dolor, a veces, sea inevitable y hasta nos impida verlo.

Pero los seres humanos no somos máquinas, ni una hoja de cálculo de simples sumas y restas. Si el temperamento y las energías naturales con las que nacimos fueron suficientemente potentes, las situaciones adversas que nos pudo tocar vivir las pudimos superar sin que nos condicionaran fatalmente. Porque hay un tercer factor, que es el que nos puede salvar; se trata de la madurez psicológica, aquella que nos permitirá en último término superar los daños sufridos, no negándolos, sino integrándolos en nuestra experiencia, convirtiéndolos en un trampolín en vez de en unas zarpas que nos impidan crecer y convertirnos en lo que queremos ser. A esta capacidad la llamamos resiliencia.

Porque nadie es perfecto, y menos aun siendo padres, así que es imposible acertar siempre y en todas las circunstancias. Además, ni todo dependió de ellos ni pudieron tener todo bajo control. Por ello, las “neuras” son básicamente consustanciales al ser humano; sobrerreacciones emocionales, distorsiones de la realidad, intolerancia a la frustración, victimismo, culpabilización, dependencia emocional, adicciones, fobias, ansiedad, desmotivación… Son parte de una larga de lista de defectos de la personalidad, que en su grado más extremo se convierten en trastornos mentales severos.

Todo lo expuesto, en la simplificación a que obliga un artículo, tiene el objetivo de ayudar a comprendernos más y mejor a nosotros mismos, por qué somos como somos y por qué hacemos lo que a veces quisiéramos evitar y por qué no hacemos a veces lo que deseamos. Es ésta una lucha que todos y todas tenemos con frecuencia, o quizás, permanentemente.

A partir de ahí, el trabajo que cada uno ha de hacer por sí mismo, o con acompañamiento profesional cuando es necesario, consiste en conocer lo mejor posible su historia de vida, sobre todo lo que ocurrió “entonces” y aún sigue en el “aquí y ahora”. Hacer consciente lo inconsciente. No negar, ni reprimir ni distorsionar nuestra percepción de los hechos del pasado. Cada cal a su ritmo, con delicadeza y respeto, porque a veces lo sufrido nos resulta insufrible. Necesitamos expresar las emociones contenidas, corregir las creencias erróneas, modificar las conductas negativas… Todo eso para reconstruir nuestra confianza y autoestima, para reescribir nuestro guion de vida y convertirnos en quienes realmente somos y queremos ser. Es la mejor manera de hacer cuentas con el pasado y de vivir con plenitud el presente.

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