¿Por qué hablas español en vez de polaco, japonés o suagili? (Bueno, salvo que seas polaco, japonés o suagileño, claro). ¿Eras consciente de estar aprendiendo a hablarlo cuando tenías dos, tres, cuatro años? ¿Recuerdas que aprenderlo te costara un esfuerzo agotador que te desanimara hasta tirar la toalla y no seguir adelante? ¿A que no? Aprendiste -aprendimos- nuestro idioma materno de manera natural, sin mayor trabajo consciente, practicando, errando, corrigiendo y mejorando, de la misma manera que aprendimos a caminar, hasta que un día indeterminado ya lo hablábamos, si no perfecta, sí automáticamente, como cuando conducimos por la carretera de siempre sin más atención que la de estar atentos a posibles imprevistos, y a veces, ni eso.
De igual manera aprendimos a ser la persona en la que, otro día indeterminado, nos convertimos tras la niñez. Y lo hicimos también casi inconscientemente, por imitación o reacción a los otros; mimetizando sus ideas, sus valores, sus conductas, sus prejuicios, sus estereotipos, sus CREENCIAS, las que nos inculcaron… Y también, la manera en que manejaban las emociones; expresándolas o reprimiéndolas, encauzándolas o descontrolándolas. Aprendimos, por imitación o reacción, la manera de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, con el mundo; con confianza o desconfianza, con afecto o con miedo…. Nuestros maestros fueron, normalmente, nuestros padres, u otros cuidadores (abuelos, nanas, educadores…). Y si la manera en que éstos nos trataban nos desagradaba, nos entristecía, nos hacía daño…, incluso si el trato recibido era el más indeseable, no teníamos otra opción que adaptarnos para poder sobrevivir. Nadie con unos meses de vida, ni con tres ni con ocho años de edad, puede amenazar a sus padres con irse a vivir a un piso porque no lo protegen, no lo escuchan, porque lo maltratan… A esas edades, evidentemente, ni se está preparado psicológicamente para analizar la realidad como un adulto ni se tienen recursos materiales ni económicos para una salida así. Sencillamente, no hay escapatoria (salvo intervención de terceros).
No elegimos el idioma que aprendimos, de igual forma que no elegimos ni los padres que nos trajeron al mundo ni el país o el terruño donde nos tocó nacer y criarnos. Tampoco elegimos los genes que heredamos de nuestros progenitores y ancestros; genes en los que viene implantado nuestro temperamento, nuestra biología. Ese es el binomio fundamental en el que se forjó nuestra personalidad base; genética y entorno. Y ninguno de los dos fue elegido por nosotros, para lo bueno y para lo malo.
No nacemos como un folio en blanco, como una tabula rasa, en la que todo lo que somos se construye desde la nada, desde el aprendizaje y las experiencias. Nacemos con un temperamento y con una predisposición genética, fruto de la combinación de los genes de nuestros progenitores y de todo nuestro árbol genealógico. Y eso incluye cosas que nos agradan, como una salud de hierro, y otras que no, como una posible enfermedad hereditaria. Aunque los avances de la ciencia son asombrosos y la manipulación genética está ahí, a día de hoy poco podemos hacer individualmente para cambiar esa carga genética.
En resumen, somos el resultado de una complejísima interacción entre nuestros genes y nuestro entorno (familiar, educativo, emocional, social…). Ahí se forja nuestra personalidad base durante los primeros siete años de nuestra vida, la esencia de lo que seremos de adultos, nuestro guion de vida inconsciente.
Pero igual que podemos aprender de adultos polaco, español o suagili, y con práctica y paciencia hablarlo un día con soltura, también podemos desaprender desfasadas y dañinas creencias y aprender otras nuevas y, además, conocer y educar nuestro organismo emocional.
Aprender el idioma de las emociones, saber identificarlas, aprender a manejarlas, que no a reprimirlas. Descontaminarnos de aquellas creencias (ideas, estereotipos, prejuicios…) que copiamos inconscientemente de los demás y que nos hacen infelices y/o que nos condicionan y limitan nuestras propias vidas y nuestras relaciones. Ese es el gran reto personal y colectivo, imprescindible para ser individual y socialmente más sabios y más felices. Sin duda, ese es uno de los requisitos para cambiar el mundo; imposible lograrlo si no cambiamos, si no corregimos nuestros propios errores. Podemos reaprender a vivir… De eso trata la vida.