Después de tantos siglos,
de tantas páginas de historia,
de tanta vida y tanto muerto,
de tanta leyenda y tanto cuento,
de tanta esperanza y tantos sueños…,
uno va aprendiendo y comprendiendo,
uno va siendo más sabio y menos tonto,
más humano y menos ogro.
Uno, con los años, va viviendo, va creciendo, va entendiendo…
Después de tanto tiempo y de tanto y tanto invento,
de tanto fracaso en cada intento,
uno va observando, recordando, pensando, descubriendo…,
que la revolución, como nos la han vendido, es puro incendio.
Y que la involución, como nos la han impuesto, es la muerte,
sin remedio.
Uno, con el tiempo, va sabiendo y asumiendo
que aquí vivimos todos
y que todos queremos
vivir la vida
según nuestro criterio.
Que no todos somos iguales
y que cada uno vemos la vida y el mundo
con las gafas que nos pusieron,
con el color de los cristales que compramos
o que nos vendieron.
Pero uno se hace grande y decide mirar la vida con los ojos,
sin lentes ni cristales, directamente con los ojos,
con los ojos del alma bien abiertos…
Y uno concluye
que el progreso se construye integrando y no excluyendo.
Innovando y renovando, sin desprecios.
Conservando y recordando lo mejor de lo que fuimos,
mas sin lastres ni ahogamientos
que impidan que crezca la savia de lo nuevo.
Uno va queriendo que las conquistas
se logren con afectos y argumentos,
no con proclamas, ni banderas, ni armamento.
Uno va pidiendo que se construya lo nuevo
sin destruir los cimientos,
y que se mantenga lo viejo sin arrancar la simiente
que nace libre
entre las rocas desgastadas de lo añejo.
Construir sin arrasar y sin herir los sentimientos.
Conservar sin impedir ni estrangular lo que pacíficamente
traen los nuevos tiempos.
Te animo a quitarte tus gafas y me digas si tú también ves,
-con los ojos de tu alma bien abiertos-,
lo mismo que yo veo.
Te lo digo con afecto… Éstos son mis argumentos.
Felipe Morales